Juana M. Hernández Rodríguez
Psicóloga y orientadora educativa, experta en acoso escolar. Autora de diferentes publicaciones, entre las que destaca “Acoso escolar y Trastorno del Espectro Autista. Guía de actuación para profesorado y familias”.
Prevenir el acoso escolar no solo es posible, sino imprescindible, especialmente en el caso del alumnado con discapacidad, más vulnerable a sufrir exclusión. La clave está en actuar “antes de”, con medidas preventivas que promuevan la participación social de los y las estudiantes y fortalezcan la convivencia en la diversidad del aula. Esta entrevista aborda cómo los centros pueden convertirse en espacios seguros y verdaderamente inclusivos.
En primer lugar, ¿cómo se define el acoso escolar?
Se trata de un daño repetitivo e intencional que una persona o un grupo, abusando de su poder, ejerce sobre otra. En una situación de acoso intervienen no solo la persona agresora y la víctima, también están implicados los espectadores. Es un fenómeno de grupo, no ocurre en un cuarto a oscuras, sino delante de todos, los espectadores, que adoptan un rol pasivo: ven y saben lo que ocurre, pero no hacen nada. Saber esto es importante para una intervención eficaz, hay que trabajar con el grupo de iguales. La clave para frenar el acoso está en tener espectadores activos que digan “no” y den la voz de alarma.
Podemos decir que el acoso es una barrera para la escuela inclusiva, y es una barrera que ponen los propios compañeros y compañeras, porque excluyen del grupo a otro compañero. Por tanto, va en contra de la educación inclusiva, que precisamente busca que estemos juntos para reconocer y valorar la diversidad, entre otras, de capacidades.
¿Existen datos sobre el alumnado con discapacidad intelectual, trastornos del espectro del autismo y parálisis cerebral, que sufre bullying? ¿Ha aumentado por las redes sociales?
Existen estudios específicos en estas poblaciones. Las tasas varían, pero en general son extremadamente altas, llegando al 80% (en autismo). La estimación más citada sitúa la cifra alrededor de la mitad en estudiantes con discapacidad. Además, los estudios evidencian un aumento del acoso potenciado por el uso de redes sociales y entornos digitales, como grupos de WhatsApp o videojuegos online. Por tanto, el riesgo de sufrir acoso es mayor en las personas con discapacidad que en la población general. En esta última, los estudios sitúan la tasa de acoso en torno al 15-20%.
El acoso es una realidad frecuente en la vida escolar de las personas con discapacidad. Sin embargo, es fundamental destacar que no es inevitable, puede prevenirse y erradicarse.
¿Cuáles son los principales factores que hacen más vulnerables al alumnado con discapacidad frente al acoso escolar?
Las dificultades sociales, comunicativas, motrices o de conducta son factores personales de riesgo. También sabemos que la falta de amigos es un factor de riesgo importante.
Pero existen otros factores externos, entre ellos, las actitudes negativas ante la diversidad, la no gestión de los conflictos entre compañeros o la falta de comprensión sobre la discapacidad por parte de la comunidad escolar (profesorado, familias y estudiantes) y los entornos inseguros. Muchas veces no se entiende la ayuda que recibe el alumnado con discapacidad como una respuesta de equidad, sino como un trato de favor, que quita recursos. Estos factores de riesgo del contexto escolar tienen con frecuencia un peso mayor en la explicación causal del acoso.
Conocer esto es importante para entender y abordar el acoso. Implica pasar de una perspectiva individual, que atribuye el acoso a las características personales del estudiante con discapacidad, a una perspectiva en la que el acoso se explica en función de cómo se trabaja la convivencia en el centro.
En su experiencia, ¿qué papel juega el profesorado en la detección temprana del acoso y la en la gestión de la convivencia?
Cuanto antes se detecte el acoso, mejor, ya que se puede intervenir más fácilmente. El papel del profesorado es clave e implica estar atento a cualquier dinámica negativa o conflicto que pueda surgir en el aula. El profesorado debe sacar a la luz todas las quejas, reproches o conflictos entre compañeros y compañeras. El conflicto es normal en la convivencia y no es necesariamente negativo, puede ser una oportunidad para el desarrollo personal y social, pero hay que abordarlo de forma constructiva, porque si se enquista puede derivar en acoso.
También es importante que el profesorado conozca las señales de alarma incipientes, como por ejemplo cambios de conducta en el alumnado que indiquen que algo está ocurriendo: alteraciones en la atención, alimentación, sueño, aumento de la irritabilidad o rechazo a ir al colegio.
Además, es fundamental que el profesorado se tome en serio el acoso, que sea consciente de que ocurre. Si se lo cree, actuará para que no suceda y atenderá las sospechas o quejas de los estudiantes y familias. Sabemos que una de las barreras que hace que los jóvenes con discapacidad no denuncien el acoso es que perciben que el profesorado minimiza los posibles incidentes, diciendo cosas como «son cosas de chicos». A veces incluso se revictimiza a la persona diciendo frases como “si tuvieras más amigos, esto no te pasaría”. Esto es muy duro para quien está denunciando.
¿Qué medidas deben promover los centros educativos para que el contexto escolar sea un espacio inclusivo y seguro para todo el alumnado?
En los últimos años hemos visto avances, se han desarrollado campañas de sensibilización, formación, protocolos de intervención, decretos de convivencia, etc. pero hay que trabajar más. Es necesario ir más allá de lo prescriptivo. En este sentido, existe un enfoque de intervención antiacoso que trabaja con el grupo de iguales para desarrollar valores como el respeto, la solidaridad o la equidad y enseñar a los compañeros o compañeras a observar, no solo el acoso, sino situaciones que indiquen que alguien lo está pasando mal.
El profesorado detecta, pero los compañeros son detectores aún más eficaces, porque están presentes en todas las situaciones y comparten la cultura de iguales. En un centro donde se trabaja la convivencia en la diversidad, los espectadores dejan de tener un rol pasivo y pasan a desempeñar una función preventiva del acoso.
Además, hay otro enfoque de intervención que los centros deben adoptar: intervenir sobre el entorno del patio. Porque el acoso ocurre, fundamentalmente, en el patio, debido a la presencia de barreras que provocan que muchas veces se queden solos, apartados y excluidos. Debemos actuar para que el patio sea un entorno seguro, libre de acoso y también un entorno participativo: una experiencia social positiva de juego, de relación, de pertenencia, de arraigo para todos y todas.
¿Qué importancia tiene la coordinación entre familias y centros educativos, para avanzar en esta línea?
Es fundamental. Mejorar la situación de acoso implica, claramente, confianza y comunicación entre familias y profesionales. Sin embargo, esto es difícil, porque la experiencia demuestra que, cuando surgen posibles situaciones de acoso, lo que suele prevalecer es el desencuentro. Por eso, en todos los centros debemos fortalecer esa colaboración con las familias. ¿Cómo? Potenciando una comunicación continua, clara y con un lenguaje positivo, centrado en lo que se va haciendo, no en lo negativo, en lo que no se hace o no se sabe.
Es importante que las familias conozcan cómo trabaja el centro la convivencia en la diversidad y cómo actúa frente al acoso. Además, es necesario que participen en la puesta en marcha de estrategias y medidas, porque está demostrado que una mayor participación parental es un factor de protección y prevención que reduce el riesgo de acoso.
¿Cuáles son las medidas y estrategias clave para la prevención?
La intervención más eficaz es la prevención. Los centros más inclusivos, los más comprometidos con la inclusión del alumnado con discapacidad, ponen en marcha medidas preventivas que son universales, buenas para el alumnado con discapacidad, pero también para el resto. Estas medidas preventivas son de dos tipos.
El primer tipo son medidas dirigidas a aumentar la participación social del alumnado con discapacidad, precisamente para contrarrestar esos factores de riesgo personales. Son medidas que trabajan la competencia socioemocional y desarrollan habilidades sociales y comunicativas para que el alumno se sienta parte del grupo, del aula y de la vida del centro. A mayor nivel de participación más posibilidades de desarrollar amistades, y este es un factor de protección muy importante.
El segundo grupo de medidas está orientado a trabajar la convivencia en la diversidad natural del aula, y en la mayor diversidad que aporta el alumnado con discapacidad. Hay que trabajar la convivencia positiva en la diversidad para contrarrestar los factores de riesgo externos. Se trata de enseñar más valores, mejores actitudes, más gestión de conflictos, relaciones sanas y no validar como normales las relaciones tóxicas. Los estudios demuestran que las oportunidades de contacto positivo entre estudiantes con y sin discapacidad, influyen en mejores actitudes, y reducen la discriminación de los compañeros.

